El ictus se define como un trastorno brusco del flujo sanguíneo cerebral que altera de manera transitoria o permanente la función de una determinada parte del cerebro. Es un término que procede del latín y quiere decir “golpe”, su utilización fue propuesta por el Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares (GEECV) de la Sociedad Española de Neurología (SEN) para referirse al infarto cerebral, hemorragia intracerebral y subaracnoidea.
El ictus es un problema de salud pública de primer orden. En los países desarrollados es la tercera causa de muerte después de las enfermedades cardiovasculares y las neoplasias. En España, es la primera causa de mortalidad en las mujeres y la segunda en hombres según datos del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovascular de la Sociedad Española de Neurología (GEECV-SEN). Es la primera causa de discapacidad permanente en el adulto y la segunda causa de demencia. Una tercera parte de las personas que sobreviven presentan importantes secuelas que limitan sus actividades de la vida diaria. Nos enfrentamos a una epidemia donde la prevención y la promoción junto con la intervención multidisciplinar son las bases de la sanidad actual y futura.
Los cuidados deben proporcionarse desde los primeros síntomas; por ello, se establecen cinco niveles en la cadena asistencial. El primer nivel es el reconocimiento de la enfermedad a nivel extra hospitalario, el segundo nivel es el traslado del paciente, un tercer nivel con atención en urgencias, un cuarto nivel para la atención en unidades de ictus y/o atención aguda por equipos multidisciplinares y por último, un quinto nivel con atención a la persona afectada en la fase subaguda y crónica. En relación al último nivel, se ha demostrado la eficacia del cuidado individualizado y la rehabilitación en la reducción de la mortalidad y dependencia de los pacientes con ictus.
Una epidemia que se puede evitar
La mayor parte de los casos de ictus se pueden evitar. Uno de cada seis personas en el mundo sufrirán un ictus, por ello es de vital importancia controlar los factores de riesgo asociados. Según el estudio IMPACTO1, “menos de un tercio de pacientes que han sufrido un ictus isquémico tienen los factores de riesgo controlados ». La mayoría de pacientes están recibiendo tratamiento, pero el objetivo sólo se alcanza en uno de cada cuatro.
Los factores de riesgo modificables para evitar el ictus isquémico coinciden en su gran mayoría con los factores de riesgo de la enfermedad isquémica coronaria y son de dos tipos: por un lado, los factores de riesgo establecidos como la hipertensión, hiperlipidemia, diabetes mellitus, tabaco, estenosis carotídea, fibrilación auricular, anemia falciforme; y, por otro lado, están los factores potenciales, como son la obesidad, la inactividad física, la intolerancia a la glucosa, la nutrición deficiente, el alcoholismo, la hiperhomocisteinemia, la drogadicción, la hipercoaguabilidad, la terapia hormonal sustitutoria/anticonceptivos, los procesos inflamatorios y la apnea del sueño”.
- Hipertensión: Existe una relación directa entre la hipertensión arterial (HTA) y el riesgo de sufrir un evento isquémico, incluyendo el ictus. De hecho, se estima que el 67% de los pacientes que ha sufrido un ictus tiene cifras elevadas de presión arterial. Una tensión arterial elevada multiplica por cinco el riesgo de padecer un ictus y su control podría evitar aproximadamente el 40% de las muertes. Se establecen cifras óptimas de tensión arterial por debajo 140/90 mmHg y a los diabéticos o con enfermedad renal crónica (ERC) por debajo de 130/80 mmHg.
- Hiperlipidemia: Las cifras de colesterol elevadas en sangre aumentan el riesgo de padecer un ictus.
- Fibrilación auricular: Es la arritmia más frecuente, presente en un 1% de la población general y hasta en un 10% en las personas de más de 75 años. El riesgo de accidente cerebro vascular secundario a tromboembolismo por fibrilación auricular es aproximadamente del 3% al 5% por año.
- Tabaquismo: Este factor incrementa el riesgo de ictus de 2 a 4 veces y la enfermedad carotídea en 5 veces.
- Diabetes: Los diabéticos presentan un alto riesgo de padecer ateroesclerosis y, suelen presentar otros factores de riesgo com la hipertensión, hiperlipidemia y obesidad.
La prevención se basa en llevar un estilo de vida saludable que incluya una dieta sana y equilibrada realizando actividad física de manera regular.